Y esto vale para el individuo y para la sociedad. Los analistas bien lo saben: muchas de las carencias, pesadillas e inhibiciones del adulto suelen tener raíces en la infancia, que es, después de todo, el amanecer del pasadoindividual. Si cortamos los puentes con la infancia es posible que nos condenemos a una inacabable inmadurez. Es claro que la infancia no sólo está para ser contemplada, tal como si se recorriera un viejo álbum de fotografías en sepia; más importante es descubrirla, comprenderla, descifrarla, detectar dónde comenzó una esperanza, dónde fue sembrado un desaliento, provocada una animadversión. Evidentemente, no es posible llevar consigo un completo inventario del pasado; no hay maleta ni diario íntimo con capacidad suficiente. Tampoco hay ningún texto (ni siquiera el más minucioso de los anales) que registre cada jornada de la historia. Pero la memoria, o su vicario el subconsciente, va acumulando una antología de las esencias atesoradas, de las imágenes que entre otras cosas son signos de identidad, de las palabras que fueron revelaciones, de los goces y sufrimientos decisivos.
La memoria individual sólo acaba con la muerte, esa inquerida meta del futuro, casi un negativo de la última Thule, pero mientras tanto, mientras el tiempo nos va llevando de la mano, y a veces de los cabellos, por la vida, el futuro se va empequeñeciendo y en esa reducción nos reserva deterioros, decadencias, pérdidas varias y sucesivas, en tanto que el pasado, por el contrario, aumenta deespacio, se va convirtiendo en nuestra única riqueza inexpropiable.
El futuro es un juego de azar, una ruleta, y en esa cualidad reside por cierto buena parte de su atractivo, de su seducción, pero llegará un instante en que sólo nos quede una postrer jugada y de antemano sabremos que el implacable croupier barrerá nuestras últimas fichas. En ese juego epilogal nadie hace trampas: siempre perdemos. El pasado, en cambio, no es un azar, aunque en un instante, cuando sólo era presente, pueda haberlo sido (o parecido). Ahora, cuando es definitivamente pasado, es una certeza. Catálogo de resultados múltiples, de ganancias o pérdidas, de juicios que ya no son prejuicios, el pasado es un saldo constantemente actualizado.
Por eso, el ser que tiene el infortunio de sumergirse en la amnesia no puede empezar la vida desde cero, ya que se ha quedado sin memoria pero también sin inocencia. El mero hecho de saber que hay en él un pasado al que no tiene acceso genera una angustia que descarta la inocencia. No es el futuro lo que inquieta al amnésico: sabe que no puede aspirar a él, ni hacer ningún cálculo para mañana, mientras no vuelva a ser dueño de su pasado. De ahí que no le produzca ninguna mejoría, sino a veces más angustia, el que los demás, los memoriosos, le proporcionen datos de lo que en su pasado fue, o le muestren fotos y le digan y le repitan: "Ésta fue tu madre; ésa era tu casa", porque ni la madre ni la casa existirán realmente para él mientras no vuelvan a ocupar sus puestos en su memoria individual. La memoria ajena no es suplente de la propia, sino otro territorio al que apenas podrá acudir como turista, y menos que eso, porque el turista, el extranjero, siempre conocen de qué geografía y de qué historia vienen.
Mario Benedetti 1987
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