Las Enseñanzas de Don Juan - Una forma yaqui de Conocimiento
Prólogo de "Las Enseñanzas de Don Juan: una forma yaqui de conocimiento". Tomado de la Tercera reimpresión del Fondo de Cultura Económica, 2004.
"Las enseñanzas de don Juan: una forma yaqui de conocimiento", se publicó por primera vez en 1968 (primera edición en español en 1974, FCE). En ocasión del trigésimo año de su publicación, me gustaría hacer algunas aclaraciones acerca de la obra misma y formular algunas conclusiones generales con respecto al tema del libro, a las que he llegado tras años de esfuerzos serios y consistentes.
El libro fue el resultado de un trabajo antropológico de campo que realicé en el estado de Arizona, EUA, y en el estado de Sonora, México. Cuando me encontraba dedicado a cursar mis estudios de graduado en el Depto. de Antropología de la Universidad de California, LA, por casualidad conocí a un viejo chamán, un indio yaqui del estado de Sonora, México.
Su nombre era Juan Matus. Consulté a varios profesores del Depto. de Antropología acerca de la posibilidad de hacer trabajo de campo antropológico sirviéndome del viejo chamán como informante clave. Cada uno de esos profesores trató de disuadirme basándose en su convicción de que antes de pensar en hacer trabajo de campo tenía que darle prioridad a los cursos de requisito académico en general, y a las formalidades de mis estudios de graduado, tales como los exámenes escritos y orales. Los profesores tenían toda la razón. No tenían que persuadirme para que atendiera la lógica de sus consejos.
Había, sin embargo, un profesor, el doctor Clemente Meigham, que abiertamente incitó mi interés en hacer trabajo de campo. Es a él a quien debo dar crédito total por haberme inspirado a llevar a cabo la investigación antropológica. Fue el único que me impulsó a sumergirme tan profundamente como pudiera en la posibilidad que se había abierto para mí.
Su exhortación se basaba en su experiencia personal en el trabajo de campo como arqueólogo. Me dijo que lo que había descubierto a través de su trabajo era que el tiempo apremiaba y que quedaba muy poco antes de que áreas de conocimiento enormes y complejas, alcanzadas por culturas en declinación, se perdieran para siempre bajo el impacto de la tecnología y las corrientes de filosofías modernas. Me dio como ejemplo el trabajo de algunos antropólogos conocidos de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, quienes coleccionaron datos etnográficos sobre las culturas indígenas americanas de las llanuras, o de California, tan rápido y tan metódicamente como fuera posible. Su prisa era justificada, porque dentro de una generación las fuentes de información acerca de la mayoría de esas culturas indígenas fueron arrasadas, sobre todo entre las culturas indígenas de California.
Al mismo tiempo que ocurría lo anterior, tuve la buena suerte de tomar clases con el profesor Harold Garfinkel, del Depto. de Sociología de la UCLA. Él me proveyó con el paradigma etnometodológico más extraordinario, en el cual las acciones prácticas de la vida cotidiana eran tema auténtico para el discurso filosófico, y cualquier fenómeno que se encontrara bajo investigación debía ser examinado bajo su propia luz, y de acuerdo a sus reglas y consistencias propias. Si había algunas leyes o reglas a establecer, éstas tendrían que ser propias al fenómeno mismo. Por lo tanto, las acciones prácticas de los chamanes, vistas como un sistema coherente con sus propias reglas y configuraciones, eran tema digno de una investigación seria. Tal investigación no tenía que ser sometida a teorías elaboradas a priori, ni a comparaciones con el material obtenido bajo los auspicios de un fundamento filosófico diferente.
Bajo la influencia de estos dos profesores, me involucré profundamente en mi trabajo de campo. Las dos fuerzas que me impulsaban, que venían de mi contacto con estos dos hombres, eran: que le quedaba muy poco tiempo a los procesos de pensamiento de las culturas indígenas americanas antes de que todo se perdiera en el revoltijo de la tecnología moderna; y que el fenómeno bajo observación, sea lo que fuere, era un tema genuino para la investigación y merecía el mayor esmero y seriedad de mi parte.
Me sumergí tan profundamente en mi trabajo de campo que estoy seguro de que, en última instancia, desilusioné a la misma gente que me patrocinaba. Terminé en un campo que era tierra de nadie. No era tema de la antropología o la sociología, la filosofía o la religión. Había seguido las reglas y las configuraciones propias del fenómeno, pero no había tenido la capacidad de salir a la superficie en un lugar seguro. En consecuencia, arriesgué mi esfuerzo total al caerme de las escalas académicas apropiadas, las que miden su valor o carencia de él.
La descripción irreductible de lo que realicé en mi trabajo de campo consistiría en decir que el chamán yaqui don Juan Matus me introdujo en la cognición de los chamanes del México antiguo. Por cognición, se entienden los procesos responsables de la conciencia de la vida cotidiana, procesos que incluyen la memoria, la experiencia, la percepción y el uso experto de cualquier sintaxis dada.
El concepto de cognición era, en ese momento, el obstáculo más poderoso para mí. Era inconcebible para mí, como hombre intelectual de Occidente, que la cognición, tal como la define el discurso filosófico de nuestro tiempo, pudiera ser algo más que un asunto homogéneo y omniabarcante para la totalidad de la humanidad. El hombre occidental está dispuesto a considerar diferencias culturales que explicarían maneras singulares de describir fenómenos, pero las diferencias culturales no podrían explicar que los procesos de la memoria, la experiencia, la percepción y el uso experto de la lengua fueran distintos a los procesos que conocemos.
En otras palabras, para el hombre occidental sólo existe la cognición como un grupo de procesos generales. No obstante, para los videntes del linaje de don Juan existe la cognición del hombre moderno y existe la cognición de los chamanes del México antiguo. Don Juan consideraba a estos dos como mundos enteros de la vida cotidiana, que eran intrínsecamente distintos el uno del otro. En un momento dado, y sin que me diera cuenta, mi tarea cambió misteriosamente de la mera recopilación de datos antropológicos a la internalización de los nuevos procesos cognitivos del mundo de los chamanes.
La genuina internalización de tales conceptos implica una transformación, una respuesta distinta al mundo cotidiano.
Los chamanes descubrieron que el impulso inicial de esta transformación siempre ocurre como una alianza intelectual a algo que parece ser un mero concepto, pero que tiene poderosas e insospechadas corrientes de fondo. Esto fue mejor descrito por don Juan cuando dijo: “El mundo de todos los días jamás puede tomarse como algo personal que tiene poder sobre nosotros, como algo que puede crearnos o destruirnos, porque el campo de batalla del hombre no está en su lucha con el mundo que lo rodea. Su campo de batalla está sobre el horizonte, en un área que es impensable para el hombre común, el área donde el hombre deja de ser hombre”.
Él explicó esas aseveraciones diciendo que era energéticamente imperativo para los seres humanos darse cuenta de que lo único que importa es su encuentro con el infinito. Don Juan no pudo reducir el término infinito a una descripción más manejable. Dijo que era energéticamente irreducible. Era algo que no podía personificarse y a lo que ni siquiera podía aludirse, salvo en términos tan vagos como Lo Infinito. Poco sabía yo en ese tiempo que don Juan no me estaba dando solamente una descripción intelectual atractiva; me estaba describiendo algo que él llamaba un hecho energético.
Para él, los hechos energéticos eran las conclusiones a las que él y los otros chamanes de su linaje llegaron al involucrarse en una función que llamaban ver: el acto de percibir energía directamente como fluye en el universo. La capacidad de ver energía de esta manera es uno de los puntos culminantes del chamanismo.
Según don Juan Matus, la tarea de acomodarme dentro de la cognición de los chamanes del México antiguo se llevó a cabo de una manera tradicional, es decir, que lo que me hizo fue lo que se le había hecho a todo chamán iniciado a través del tiempo. La internalización de los procesos de un sistema cognitivo diferente siempre empezaba llamando la atención total de los chamanes iniciados a darse cuenta de que somos seres que vamos a morir. Don Juan y los otros chamanes de su linaje creían que la comprensión total de este hecho energético, esta verdad irreducible, conduciría a la aceptación de la nueva cognición.
El resultado final que los chamanes como don Juan Matus buscaban para sus discípulos era darse cuenta de algo que por su sencillez es tan difícil de lograr: que somos, de hecho, seres que vamos a morir. Por lo tanto, la verdadera lucha del hombre no está en la lucha con su prójimo, sino con el infinito, y esto ni siquiera es una lucha; es, en esencia, un asentimiento. Voluntariamente tenemos que asentir con el infinito. En la descripción de los videntes, nuestras vidas se originan en el infinito y terminan donde tuvieron origen: en el infinito.
La mayor parte de los procesos que he descrito en mi obra publicada tenía que ver con el vaivén de mi persona como ser socializado bajo el impacto de nuevos fundamentos. En la situación de mi trabajo de campo, lo que ocurría era algo más urgente que una mera invitación a internalizar los procesos de esa nueva cognición chamánica; era un mandato. Después de años de lucha por mantener intactos los límites de mi persona, estos límites cedieron. Luchar por conservarlos era un acto sin sentido, visto a la luz de lo que don Juan y los chamanes de su linaje querían hacer. Era, sin embargo, un acto muy importante a la luz de mi necesidad, que era la necesidad de toda persona civilizada: mantener los límites del mundo conocido.
Para don Juan, el hecho energético que constituía la piedra angular de la cognición de los chamanes del México antiguo era que cada matiz del cosmos es una expresión de energía. Desde su plano de ver energía directamente, esos chamanes llegaron al hecho energético de que el cosmos entero está compuesto por fuerzas gemelas que, al mismo tiempo, son opuestas y complementarias entre sí. Llamaron a estas dos fuerzas energía animada y energía inanimada. Vieron que la energía inanimada no tiene conciencia. Para los chamanes, la conciencia es una condición vibratoria de la energía animada. Don Juan dijo que los chamanes del México antiguo fueron los primeros en ver que todos los organismos de la Tierra son poseedores de energía vibratoria. Los llamaron seres orgánicos, y vieron que es el propio organismo el que establece la cohesión y los límites de tal energía. Vieron también que existen conglomerados de energía animada vibratoria que tienen cohesión propia, libre de las ataduras de un organismo. Los llamaron seres inorgánicos, y los describieron como cúmulos de energía cohesiva, invisible al ojo humano, una energía que es consciente de sí misma y que posee una unidad determinada por una fuerza aglutinante diferente a la fuerza aglutinante de un organismo.
Los chamanes del linaje de don Juan vieron que la condición esencial de la energía animada, orgánica o inorgánica, es convertir la energía del universo en general en datos sensoriales. En el caso de los seres orgánicos, estos datos sensoriales son a su vez transformados en un sistema de interpretación, en el cual se clasifica la energía en general y se asigna una respuesta dada a cada clasificación, cualquiera que ésta sea. La aseveración de los videntes es que, en el reino de los seres inorgánicos, los datos sensoriales en que los seres inorgánicos transforman la energía en general deben ser, por definición, interpretados por ellos en cualquier forma, por incomprensible que sea.
De acuerdo con la lógica de los chamanes, en el caso de los seres humanos, el sistema para interpretar
los datos sensoriales es su cognición. Sostienen que la cognición humana puede ser interrumpida temporalmente, ya que es simplemente un sistema de taxonomía, en el que las respuestas han sido clasificadas junto con la interpretación de datos sensoriales. Cuando ocurre esta interrupción, afirman los videntes que la energía puede ser percibida directamente como fluye en el universo. Los videntes describen el percibir energía directamente como si diera el efecto de verla con los ojos, aunque los ojos intervienen sólo en forma mínima.
Percibir energía directamente les permitió a los chamanes del linaje de don Juan ver a los seres humanos como conglomerados de campos de energía, que tienen la apariencia de esferas luminosas. El observar a los seres humanos de tal forma, les permitió a aquellos chamanes llegar a conclusiones energéticas extraordinarias. Notaron que cada una de esas esferas luminosas está conectada individualmente a una masa energética de proporciones inconcebibles que existe en el universo; una masa a la que llamaron el oscuro mar de la conciencia. Observaron que cada esfera individual está unida al mar oscuro de la conciencia en un punto que es aún más brillante que la misma esfera luminosa. Estos chamanes llamaron a ese punto de unión el punto de encaje porque observaron que es en ese lugar donde ocurre la percepción. El flujo de la energía en general se convierte, en ese punto, en datos sensoriales, y esos datos son entonces interpretados como el mundo que nos rodea.
Cuando le pedí a don Juan que me explicara cómo ocurría este proceso de convertir el flujo de energía en datos sensoriales, me contestó que lo único que los chamanes saben al respecto es que la inmensa masa de energía llamada el oscuro mar de la conciencia les proporciona a los seres humanos todo lo necesario para producir esta transformación de energía en datos sensoriales, y que tal proceso jamás podría ser descifrado debido a la vastedad de esa fuente original.
Lo que descubrieron los chamanes del México antiguo cuando enfocaron su ver en el oscuro mar de la conciencia fue la revelación de que todo el cosmos está compuesto por filamentos luminosos que se extienden infinitamente. Los chamanes los describen como filamentos luminosos que se dirigen en todas direcciones sin jamás tocarse el uno al otro. Vieron que son filamentos individuales y que, sin embargo, se agrupan en masas de tamaño inconcebible.
Aparte del oscuro mar de la conciencia, otra de tales masas de filamentos que observaron los chamanes y que les gustó por su vibración era algo que llamaron intento, y al acto de cada chamán de enfocar su atención en tal masa le llamaron intentar. Vieron que el universo entero era un universo de intento, y para ellos el intento era el equivalente de inteligencia. Por lo tanto, el universo era, para ellos, un universo de inteligencia suprema.
La conclusión a la que llegaron y que se convirtió en parte de su mundo cognitivo fue que la energía vibratoria, consciente de sí misma, era en extremo inteligente. Vieron que la masa de intento en el cosmos era responsable de todas las mutaciones posibles, todas las variaciones posibles que ocurrieron en el universo, no a causa de circunstancias ciegas y arbitrarias, sino debido al intentar ejecutado por la energía vibrante, al nivel del flujo de la energía misma.
Don Juan señaló que en el mundo de la vida cotidiana los seres humanos utilizan el intento y el intentar en la forma en que interpretan al mundo. Don Juan, por ejemplo, me alertó sobre el hecho de que mi mundo cotidiano no estaba regido por mi percepción sino por la interpretación de mi percepción. Me dio como ejemplo el concepto de universidad, que en aquel momento era un concepto de suprema importancia para mí. Dijo que universidad no era algo que pudiera percibir con mis sentidos, porque ni mi vista, ni mi sentido del oído, ni mi sentido del gusto, ni mi sentido del tacto o del olfato me daban idea alguna acerca de universidad. Universidad ocurría únicamente en mi intentar, y para construirla allí tenía que hacer uso de todo lo que sabía como persona civilizada, de manera consciente o subliminal. El hecho energético de que el universo está compuesto por filamentos luminosos dio origen a la conclusión de los chamanes de que cada uno de esos filamentos que se extienden infinitamente es un campo de energía. Observaron que los filamentos luminosos o, más bien, campos de energía de tal naturaleza, convergen en y pasan a través del punto de encaje. Dado que se determinó que el tamaño del punto de encaje era equivalente al de una pelota de tenis, sólo un número finito aunque extremadamente grande de campos de energía converge en y pasa a través de ese punto.
Cuando los videntes del México antiguo vieron el punto de encaje descubrieron el hecho energético de que el impacto de los campos de energía que pasan a través del punto de encaje era transformado en datos sensoriales; datos que luego eran interpretados como la cognición del mundo de la vida cotidiana. Aquellos chamanes explicaron la homogeneidad de cognición entre los seres humanos por el hecho de que el punto de encaje de toda la raza humana está localizado en el mismo lugar en las esferas energéticas luminosas que somos: a la altura de los omóplatos, a la distancia de un brazo tras ellos y contra el borde de la esfera luminosa.
Su ver-observar del punto de encaje llevó a los videntes del México antiguo a descubrir que el punto de encaje cambiaba de posición bajo condiciones de sueño normal, o de extrema fatiga, o de enfermedad, o por la ingestión de plantas psicotrópicas. Aquellos chamanes vieron que cuando el punto de encaje estaba en una nueva posición, un haz diferente de campos de energía pasaba a través de él, forzando al punto de encaje a convertir esos campos de energía en datos sensoriales, y a interpretarlos, dando como resultado un verdadero mundo nuevo a percibir.
Aquellos chamanes sostuvieron que cada mundo nuevo que surge de tal manera es un mundo omniabarcante, diferente al mundo cotidiano, pero extremadamente parecido a él por el hecho de que uno podría vivir y morir en él. Para los chamanes como don Juan Matus, el ejercicio más importante de intentar implica el movimiento volitivo del punto de encaje para alcanzar puntos predeterminados en el conglomerado total de campos de energía que compone al ser humano, es decir, que a través de miles de años de indagación los videntes del linaje de don Juan descubrieron que existen posiciones claves dentro de la totalidad de la esfera luminosa que es un ser humano, donde se puede situar el punto de encaje y donde el bombardeo resultante de los campos de energía sobre él puede producir un mundo nuevo completamente verdadero.
Don Juan me aseguró que era un hecho energético que la posibilidad de viajar a cualquiera de esos mundos, o a todos ellos, es el legado de todo ser humano. Dijo que esos mundos estaban allí para ser interrogados, como preguntas que en ocasiones están rogando ser formuladas, y que todo lo que el vidente o el ser humano necesitaban para alcanzarlos era intentar el movimiento del punto de encaje.
Otro asunto relacionado con el intento pero transpuesto al nivel del intentar universal, era, para los chamanes del México antiguo, el hecho energético de que el universo mismo continuamente nos empuja, tira de nosotros y nos pone a prueba. Para ellos, era un hecho energético que el universo en general es predatorio al máximo, pero no predatorio en el sentido en que entendemos el término: el acto de saquear o robar, o de herir o explotar a los demás en provecho propio. Para los chamanes del México antiguo, la condición predatoria del universo quería decir que el intentar del universo es estar constantemente poniendo a prueba a la conciencia. Vieron que el universo crea un número inconcebible de seres orgánicos y un número inconcebible de seres inorgánicos. Al ejercer presión sobre todos ellos, el universo los fuerza a acrecentar su conciencia, y de esta forma el universo trata de hacerse consciente de sí mismo.
En el mundo cognitivo de los chamanes, por ende, la conciencia es la cuestión final. Don Juan Matus y los chamanes de su linaje consideraban a la conciencia como el acto de estar deliberadamente consciente de todas las posibilidades perceptivas del ser humano, no sólo de las posibilidades perceptivas dictadas por cualquier cultura dada, cuyo papel parece ser el de restringir la capacidad perceptiva de sus miembros. Don Juan sostenía que el hecho de soltar o liberar el total de la capacidad perceptiva de los seres humanos no interferiría en forma alguna con su conducta funcional. De hecho, la conducta funcional se convertiría en un asunto extraordinario, puesto que adquiriría un valor nuevo. Bajo estas circunstancias, función se transforma en una necesidad de lo más exigente. Libre de idealidades y de pseudometas, el hombre sólo tiene a la función como su fuerza guiadora. Los chamanes le llaman esto impecabilidad. Para ellos, ser impecable significa hacer todo lo mejor que uno pueda, y un tanto más. Derivaron función a partir de ver energía directamente como fluye en el universo. Si la energía fluye de cierta manera, el seguir del flujo de la energía es, para ellos, ser funcional.
Función, por ende, es el común denominador por medio del cual los chamanes se enfrentan a los hechos energéticos de su mundo cognitivo. El ejercicio continuo de todas las unidades de la cognición de los chamanes les permitió a don Juan y a todos los chamanes de su linaje llegar a conclusiones energéticas extrañas que a primera vista parecen ser pertinentes sólo a ellos y a sus circunstancias personales, pero que al ser examinadas minuciosamente podrían aplicarse a cualquiera de nosotros. Según don Juan, la culminación de la búsqueda de un chamán es algo que él consideraba el hecho energético más esencial, no sólo para los videntes, sino para cada ser humano sobre la Tierra.
Lo llamaba el viaje definitivo.
El viaje definitivo es la posibilidad de que la conciencia individual, acrecentada hasta el límite por la adherencia del individuo a la cognición de los chamanes, pudiera mantenerse más allá del punto en que el organismo es capaz de funcionar como una unidad cohesiva, es decir, más allá de la muerte. Esta conciencia trascendental fue comprendida por los chamanes del México antiguo como la posibilidad de que la conciencia de los seres humanos fuera más allá de lo conocido para llegar, de esta forma, al nivel de la energía que fluye en el universo. Para los chamanes como don Juan Matus su búsqueda consistía en llegar a ser, al final, un ser inorgánico, es decir, energía consciente de sí misma, actuando como una unidad cohesiva, pero sin un organismo.
Llamaron a este aspecto de su cognición libertad total, un estado en el que existe la conciencia, libre de las imposiciones de la socialización y de la sintaxis.
Estas son las conclusiones generales que se han extraído a partir de mi inmersión en la cognición de los chamanes del México antiguo. Años después de la publicación de Las enseñanzas de don Juan: una forma yaqui de conocimiento me di cuenta de que lo que don Juan me había ofrecido era una revolución cognitiva total. En mis obras subsiguientes he tratado de dar una idea de los procedimientos para efectuar esta revolución cognitiva. En vista de que don Juan me estaba familiarizando con un mundo vivo, los procesos de cambio en tal mundo nunca cesan. Las conclusiones, por lo tanto, son sólo dispositivos mnemotécnicos o estructuras operacionales que sirven como trampolines para saltar hacia nuevos horizontes de cognición.
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